Aquí dejo, lugar,
esta presencia extraña de mi cuerpo.
(JOSÉ ANTONIO ZAMBRANO)
En la enciclopedia Dalmáu, que fue la que yo usé cuando iba a la escuela primaria, se leía esta definición: “Todo lo que ocupa lugar en el espacio, es un cuerpo”, que contestaba a la primera cuestión de la sección dedicada a la Geometría: Qué es un cuerpo geométrico. Correcta definición sobre algo propio de las ciencias. Otra cosa, claro está, es un cuerpo humano.
No sé si recordaréis que hace unos años fue noticia que un turista se había hundido con su coche en el pantano de “La Serena”. Se ahogó por culpa de su GPS (Global Positioning System), también conocido por el nombre de marca “Tontón”. El “tontón” es una aplicación tecnológica de aquello que también estudiábamos en matemáticas sobre coordenadas -la ordenada y la abscisa-, latitudes y longitudes. Gracias a los satélites artificiales, un GPS nos puede llevar a cualquier sitio de manera automática sin que tengamos que ir provistos de una brújula, sin tener que pensar y sin ni siquiera saber con precisión a dónde realmente nos dirigimos. Lo que le pasó al pobre turista es que en las coordenadas de latitud y longitud grabadas en su Tontón años atrás no constaba que allí hubieran hecho un pantano cuyas aguas cubrían la antigua carretera.
El “tontón” me sirve de ejemplo para varias cosas. Una, la distinción entre la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, que podemos usar sin que sepamos ciencia. Otra, que los objetos técnicos son aplicados por un ser humano, que es el que se puede equivocar al usarlo. Otra, que la perspectiva con que miran el mundo las ciencias y sus consecuentes aplicaciones tecnológicas no es la misma -de hecho, no es el mismo mundo- que aquella que debemos adoptar para mirar a los seres humanos. Por eso la definición de enciclopedia más arriba citada sólo se aplica a los objetos geométricos, de ahí que yo proponga ahora diferenciar entre espacio y lugar, aunque esta distinción complique en gran manera la definición de la enciclopedia. Los objetos, es decir, las cosas que conoce la ciencia mediante fórmulas y cálculos matemáticos, ocupan un espacio; las personas, los sujetos, ocupan un lugar en el que conviven y se relacionan. El espacio es cosa de “phisis” y en parte cosa de “bio”; el lugar es cosa de “polis”. Y si nos referimos al lugar que llevamos dentro, de “pneuma”.
Los humanos vivimos, con todo nuestro cuerpo y nuestra alma, mente o conciencia, en un lugar, no en un simple espacio. Las plantas viven en un terreno y los animales en un entorno; conviven en un ecosistema; sólo los humanos vivimos en un lugar, es decir, en un espacio humanizado, acondicionado y amueblado -sobre todo con palabras- para que viva el hombre como tal. De hecho, hoy vivimos en parte en espacios que un antropólogo, Mac Augé, ha llamado no-lugares, que nada tienen que ver con u-topías. Un lugar dispuesto para que viva el hombres es, o debe ser, como ha dicho otro antropólogo, Lluis Duch, “un lugar de acogida”; es decir, un lugar empalabrado -con sentido- y apalabrado -acordado entre quienes conviven en el lugar-, en definitiva, en una tradición cultural.
Aunque no lo parezca, también el lugar de la polis, el lugar social y cultural en que nos relacionamos unos con otros, tiene su “tontón” o sus tontones. Por ejemplo, el ciberespacio, el espacio digital y virtual que crean las nuevas tecnologías. La labilidad, de algún modo reactiva y automática, del espacio digital, sometido a rápida obsolescencia por el continuo avance tecnológico, sólo puede adquirir presencia real -corporizada- en la consustancial contingencia del individuo concreto, que es “memoria viva”, sometida a un permanente desajuste y ajuste, a una continua actividad de reequilibrio -homeorrásico, decía Piaget- que va trazando una línea de equilibrio inestable. Una actividad que siempre tendrá carácter hermenéutico, quiero decir, que cada persona tiene que interpretar según su propia manera de ser y sus actuales circunstancias. Nunca el lugar humano podrá ser objeto de un cálculo generalizado que convenga a todos por igual; nuestra coordenadas vitales son fluctuantes. No es que puedan haberse construido pantanos que no vienen en el mapa del tontón, es que pueden cambiar de sitio las carreteras y los lugares de destino de nuestro viaje cuando menos te lo esperas.
Por eso, las nuevas tecnologías, como las viejas, hay que usarlas con cuidado: nos pueden llevar, como el tontón, de manera automática a la global comunión fraternal y mística -dicho en el peor sentido de la palabra- de las redes sociales, al “mundo feliz” de Huxley. A veces hasta nuestras ideas, simplificadas por programas de propaganda de distintas empresas y distribuidas en paquetes ad-hoc de ideologías o creencias, funcionan como mecanismos parecidos al tontón y nos llevan de manera automática, sin tener que pensar, a los sitios programados, que no son los nuestros, los de cada uno. Con el ansia de mandar y las prisas de las campañas, nadie piensa en los pantanos que ya han sido inaugurados.
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