La Máquina se presenta con la figura prestigiosa de lo tecnológico, se rodea de profesionales, especialistas, expertos; y no admite que las manos del humano común se metan en su complicado funcionamiento. No sólo los aparatos sofisticados de la última tecnología son Cajas Negras inaccesibles, sino que toda la organización institucional y administrativa de nuestra sociedad se van volviendo cada vez más autónomas y opacas.
La autonomía de la Máquina es el resultado de la absorción de la autonomía –plusvalía de poder- que corresponde a los protagonistas y actores que producen el poder institucional, pero se sienten enajenados de él: los padres y los hijos, los profesores y los alumnos, los enfermos y los médicos, los ciudadanos y los políticos… Todos funcionan como piezas al servicio de la Máquina y no como personas que se sirven y cuidan mutuamente en los lugares de acogida; todos ceden su autonomía personal a la autonomía mecánica de la Máquina que, a través de la burocracia de la sociedad administrada, impone la corrección de lo que hay que hacer en cada momento.
La Máquina lo tritura todo, lo hace papilla y lo recicla permanentemente: el vidrio donde se contienen las ideas y el papel y las pantallas que las transmiten; las palabras que se llenan y vacían al momento y el soporte donde se escribe y se lee y luego se tira a la papelera, real o virtual, de manera continua; los signos y los símbolos que se funden y refunden permanentemente en código digital en la red en nuevos significados acordes con sus propias necesidades. La Máquina lo controla todo y su aspiración máxima es invadir y controlar también las conciencias.
Gramsci, en esa ambigua relación que siempre mantuvo con el industrialismo, puso cierta ingenua esperanza en el “nuevo humanismo” -contagiado por la lucha de clases- que traería la evolución científica y técnica, frente al humanismo tradicional. Por un lado, lo saludaba como el mayor esfuerzo colectivo efectuado históricamente para la creación, forzada, de un nuevo hombre que superara la separación de trabajadores manuales e intelectuales; por otro, temía que una coerción brutal convirtiera a ese nuevo hombre en un simple engranaje mecánico. Creyó que podría evitarse la brutalidad de la coerción y se realizaría una síntesis entre historia y máquina. Ni la experiencia del socialismo real de los países comunistas, ni el desarrollo del capitalismo en sus dos versiones de socialdemocracia y liberalismo nos permite abrigar hoy el optimismo de Gramsci. La Máquina ha impuesto su propia autonomía y coerción, su asfixiante clima que lo invade todo: las relaciones económicas, las decisiones políticas, los estados de opinión y hasta el mismo pensamiento y las conciencias.
Una doble tarea nos llama: una negativa y otra positiva. La negativa consiste simplemente en negarse a colaborar con la Máquina. En realidad, la Máquina se refuta a sí misma, pues depende para su funcionamiento de todos y cada uno de nosotros. La Máquina, como las máquinas de “La guerra de los mundos” de Orwell, funcionan con energía humana; si esta deja de suministrarse, la Máquina se para. No se trata de luchar contra la Máquina para destruirla, como hacían los luditas, pues la Máquina se parece a una dínamo y funciona precisamente en base a la confrontación permanente de dos polos opuestos. Pero es la fuerza del pedaleo del ciclista la que hace que la dínamo se mueva y proporcione la corriente de energía. Basta con dejar de pedalear para que la bicicleta se pare.
La tarea positiva consiste en convertir los no-lugares que están al servicio de la Máquina en lugares de acogida al servicio del ser humano. Se trata de invertir la tarea de deshumanización de la Máquina con nuestra tarea de humanización en cada lugar donde a uno le corresponde servir y así ser servido: familias, hospitales, escuelas, ciudades, iglesias, parlamentos, palacios de justicia, empresas, bancos… En cada uno de los lugares que nuestra cultura ha instituido para el intercambio humano, nuestra tarea es devolverle su sentido originario y tradicional como lugar de acogida en donde los seres humanos se cuidan los unos a los otros. ¿Podemos realizar esa tarea sin que nuestra propia conciencia se transforme en un lugar de acogida?
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