4/2/14

XIV LA MÁQUINA (I)



La mecanización y la regimentación no constituyen nuevos fenómenos en la historia; lo nuevo es el hecho de que estas funciones hayan sido proyectadas e incorporadas en formas organizadas que dominan cada aspecto de nuestra existencia. Otras civilizaciones alcanzaron un alto grado de aprovechamiento técnico sin ser, por lo visto, profundamente influidas por los métodos objetivos de la técnica (…) Tenían máquinas, pero no desarrollaron “la máquina” .
(LEWIS MUMFORD)



No sé si el lector ha visto la película de Kubrick 2001 Odisea del espacio. Yo la he visto más de una vez, la última recientemente. Y viendo la película pensaba que tal vez se equivocara Kubrick en los cálculos que hizo sobre la conquista del espacio por la tecnología humana a comienzos del tercer milenio, pero hay otras muchas cosas en las que su película ha resultado verdaderamente profética. Me impresiona sobre todo esa inquietante escena en la que la computadora toma el mando de la nave con voz melosa y persuasiva.  
Y me ha venido esta vez a la memoria la también profética frase de Horkheimer: El individuo consideró en otro tiempo la razón exclusivamente como un instrumento del yo. Ahora experimenta el reverso de su autodeificación. La máquina ha prescindido del piloto; camina ciegamente por el espacio a toda velocidad.
La Máquina es el resultado de la progresiva coordinación y ensamblaje de cuatro piezas fundamentales del poder que hasta hace muy poco actuaban relativamente separadas y a veces enfrentadas entre sí: la política, la economía, la tecnología y la cultura – hoy transformada en industria cultural y propaganda-. Fueron los regímenes totalitarios del pasado siglo los que dieron a luz la Máquina, y han sido las cansadas democracias capitalistas las que la han ido adoptando, al tiempo que refinaban sus mecanismos y le daban una apariencia menos dura y más persuasiva. 
Representemos a la Máquina mediante la figura de Escher de más arriba. Se trata de una especie de dragón, mezcla de serpiente, murciélago y pájaro. Las dos patas de este extraño bicho, pescadilla monstruosa que se muerde la cola, son las de la propaganda, asentadas disimuladamente en noticias, discursos, eventos televisivos, libros y promoción de firmas, en competencia siempre. Las dos alas son las de la política: en dos ha de apoyarse el pájaro para volar, una a la derecha, saducea, otra a la izquierda, farisaica, y han de agitarse permanentemente para mantener el vuelo. Los ojos de fuego representan la tecnología, Gran Hermano que todo lo ve, derivada de una “ciencia sin conciencia” -como dice Edgar Morin-. Y la economía es esa boca depredadora con la que la Máquina acabará, como estamos viendo, devorándose a sí misma. 

Para poder volar, el pájaro-máquina necesita apoyarse en el aire. Un aire compuesto no de oxígeno y nitrógeno, sino de ilusión y miedo. Ilusión por conseguir lo que no se tiene; miedo a perderlo o no poderlo conseguir. La propaganda agita continuamente ese aire para que adquiera la presencia que no tiene, pues no es nada más que eso: aire.
La influencia de la Máquina se manifiesta en todos aquellos espacios e instituciones que nuestra tradición cultural ha ido construyendo para dar acogida a la consustancial indefensión, contingencia y ambigüedad del ser humano. Se hace evidente, en primer lugar, en la acelerada disolución de las estructuras orgánicas de acogida, formación e intercambio de flujos fundamentales y directos de convivencia: la familia, el trabajo, la política, la religión; todo ello influido a su vez por las nuevas herramientas técnicas. Esta disolución proviene de una mentalidad ampliamente compartida que afirma de manera acrítica e irracional que todo lo tradicional debe ser combatido y abolido. No nos damos cuenta hasta qué punto lo que se nos propone es una especie de suicidio colectivo por el que arrojamos por el desagüe al niño mientras dejamos el agua sucia del baño. 


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