Cartas iban y venían
desde Londres a Madrid.
El género epistolar ha perdido mucho predicamento, tanto en la solidez de sus soportes como en la relevancia de sus contenidos. Desde que se descubrió la escritura, hemos ido pasando de la solemnidad del pergamino lacrado y entregado en mano, a la puntual y ubicua evanescencia del soporte digital y a la trivial brevedad de los sms o los whatsapp, donde se descoyuntan a la vez la gramática, la retórica y la dialéctica -todo el trivium- sin ninguna clase de pudor ni miramiento. No sé si esto será para bien o para mal -ahí están, por ejemplo, las tradiciones orales, abuelas de estas que tenemos escritas y pantallizadas, para testificar el valor efímero y a la vez constante de la voz humana-.
Les paroles s’envolent, les écrits restent, dice el viejo proverbio corso. El problema está en que nos hemos acostumbrado a que los escritos permanezcan fuera de nosotros y, como ya avisaba el rey Thamus del viejo mito platónico, hemos ido perdiendo no sólo la capacidad de memorizar las palabras sino también la capacidad de responder a ellas y de ellas. Los sms no sólo están desprovistos de cualquier intención de permanencia, sino infectados de un olvido irresponsable desde su raíz misma.
Quisiera que los posts de este blog conservaran algo del género epistolar, aunque sea a costa de que al lector habitual de las pantallas le parezcan auténticos “ladrillos”. La red, a un tiempo tan ubicua como efímera, no facilita el necesario proceso de reflexión que yo quisiera compartir con los lectores. Este proceso tiene, al menos en mi caso, una estructura dialógica, y por eso la “carta” permite en gran parte recomponer en la escritura las condiciones, más eficaces, llanas y abiertas, de una conversación, al tiempo que conserva la distancia necesaria para suscitar un mínimo de reflexión. Para mí, en todo caso, es más fácil escribir si lo hago dirigiéndome a un tú, a alguien, real o imaginado, que me escucha y me interpela configurando una posible antítesis argumentada a lo que yo pueda decir. O sea, que estas reflexiones mías tienen, para qué negarlo, cierta voluntad de permanencia; la imprescindible al menos para permitir que sean a su vez reflexionadas, es decir, contestadas y criticadas. Por eso escribiré pensando que envío cartas por el viejo correo de superficie, es decir, en papel –ni tan sólido y solemne como el pergamino, ni tan gaseoso y transitorio como el e-mail-. Sólo que se trata de cartas que van en sobre sin cerrar y el sello sin matar, vivas y abiertas a todo el mundo. Aunque nadie las conteste, espero anhelante vuestras propias reflexiones.
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