Últimamente se ven demasiadas canas en las manifestaciones Y se gritan los eslóganes, las consignas y los tópicos que uno lleva oyendo toda la vida, ya bastante gastados e inoperantes. Y las movilizaciones se organizan a través de la red, por donde circula de forma abrumadora y galopante una información interesadamente manipulada o banalizada de la que nadie garantiza las fuentes de información y sobre la que nadie tiene tiempo de hacer las oportunas reflexiones y verificaciones, con lo que esta “aldea global” es efectivamente una aldea en donde lo que prevalece es el chismorreo y la greña. Son también las testas canosas, tanto en los que tienen provisionalmente el poder como en la oposición que se lo disputa, en las instituciones sociales, en las mediáticas y en las económicas, las que nos han traído a este atasco que ellos mismos no saben diagnosticar ni saben ofrecer ejemplos y alternativas para salir de él. Todo marcha a una velocidad, a un ritmo que no es propiamente humano. Y se ha dicho que cuanto más deprisa marcha la historia, más deprisa envejece, pues más pronto se consume lo que se va realizando en ella y a través de ella.
En esta aceleración de los tiempos y su falta de rigor, los que corremos más riesgo de hacer el ridículo somos los viejos, que creyendo estar contribuyendo a un cambio para mejor, en el fondo defendemos la conservación de estructuras y maneras que, si realmente cambian, nos harán sentirnos aún más perdidos de lo que estamos, acostumbrados a las tutelas y dependencias de la hasta ayer mismo ubérrima vaca del Estado, hoy más parecida a un obeso elefante que, con sus órganos vitales podridos, camina barritando al cementerio. Los gestores de la política, sean quienes sean, saben que de hoy en adelante ya no podrán administrar y repartir alegremente la abundancia; y sin embargo, se aferran al poder, a su conservación, su conquista o reconquista, como a un clavo ardiendo, pues aparte de que la voluntad de poder es una pasión humana, demasiado humana, también saben que en el gallinero la mierda le cae siempre a las gallinas que ocupan los palos más bajos.
Quizá haya que empezar otra vez de nuevo, sabiendo que se necesitan los andamios que dejan los alarifes jubilados y que los cambios en el edificio se tienen que hacer con los inquilinos dentro. La experiencia es un grado, cierto, aunque hoy esto no se reconozca. También es cierto que nos vuelve más escépticos. A los viejos rockeros nos queda todavía cierta capacidad para indignarnos, y junto a esta capacidad, la tentación de servir otra vez de comparsa en el foro, el proscenio o el mercado al servicio de intereses espúreos, que junto a la experiencia, el buen sentido de la razón y la prudencia a que nos convidan los años, deberíamos saber distinguir y clarificar. El testigo de las generaciones, esto también lo hemos aprendido, se traspasa más difícilmente cuánto más poder y presencia se haya acumulado. Pero quienes nos hemos mantenido ajenos a los podios y a los escenarios y entramos ya en “esa segunda inocencia que da en no creer en nada”, creo que podemos soportar con cierta dignidad “la levedad del ser” y el humilde papel que nos asigna. Si nos empeñamos en seguir siendo reflejo y referente del momento, nos llevará la corriente, sí, pero como arrugadas nueces, duras y sin abrir, que se irán quedando cada vez más rezagadas flotando sobre los remolinos.
A mí también me gusta el rock and roll, pero también sé -y esto con certeza absoluta- que los viejos rockeros nos morimos, como todo hijo de vecino. Así es que, ¡por favor!, no perdamos la dignidad que merecemos como simples seres humanos poniéndonos aún más en ridículo saliendo en esos programas musicales de la tele con un look impropio de la edad.
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