"Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto." (JOSÉ BERGAMIN)
Antes de seguir adelante tengo que hacer esta confesión que debería haber hecho: que todo cuanto digo aquí está dicho desde mi propia y humilde trayectoria vital, seguramente plagada de errores, pero de la que no puedo ni quiero prescindir. En este sentido, tendréis que perdonar muchas veces el tono quizá demasiado seguro con que haré ciertas aseveraciones, viniendo como vienen de alguien que no se considera “experto en la materia”, sino un buscador de verdades y criterios de los que nunca está seguro del todo.
Yo creo que en esta tesitura está hoy mucha gente. Me parece que la crisis no afecta sólo a nuestros bolsillos, sino a nuestras convicciones y seguridades personales. Y en mi caso particular, como mi carácter no me permite cambios ni conversiones bruscas de ningún tipo, hace ya algún tiempo que me encuentro situado en una especie de frontera borrosa de un presente -siempre un tanto atrasado respecto al ritmo vertiginoso de los acontecimientos-, entre lo que voy abandonando del pasado y lo que voy vislumbrando del futuro, en la tarea, quizá inalcanzable, de sustentarme en el fluir del presente, más sentido que pensado, en lo que verdaderamente va asumiendo uno mismo para edificarse.
Y debo hacer otra confesión, aunque algunos que me conocen esto no se lo crean: a mi me costó mucho ejercer la docencia de una manera mínimamente digna y coherente. Hay quienes tienen ciertos dones naturales para la docencia que quizá formen parte de eso que llamamos “vocación”. Yo creo que en mi caso no ha sido así, así es que he tenido que aproximarme como he podido a esas disposiciones a base de esfuerzo y sudor, por razones que tienen que ver con compromisos éticos y sociales -políticos en sentido amplio- mejor o peor cumplidos.
Lo digo de verdad. El oficio de enseñar es difícil de por sí, y ahora más que nunca. A ello hay que añadirle, como es mi caso y el de otros muchos de parecida edad a la mía, el haber tenido que digerir, en muy poco tiempo, ideas y doctrinas foráneas, tragadas con ansia, casi sin masticar… No sé si los más jóvenes comprenden esto que nos ha pasado a los de mi generación. Un aluvión de ideas nuevas llegaron de repente y cayeron en estómagos mentales, los nuestros, que estaban acostumbrados a la papilla de los dogmas, el adoctrinamiento ideológico y los catecismos. Lo malo es que esas nuevas ideas se convirtieron en un tiempo récord también en adoctrinamiento ideológico, en dogmas y en catecismos. Ya se sabe: el que manda se acostumbra pronto, y el mandado se cansa enseguida de pensar por su cuenta, y quiere ser cómodamente mandado para luego poder protestar por ello. Es lo que ahora se lleva. Mal panorama; lo sé. Pero nos queda el consuelo de que esto también pasará. La tierra es redonda y da muchas vueltas; la historia también.
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