23/5/19

1.- CON OJOS DE EXTRAÑEZA


"El procedimiento del arte es el procedimiento del extrañamiento del objeto"  (VICTOR SKLOVSKI)


Mientras en otras formas de investigación, con sus métodos y maneras propias de justificación racional, se suelen describir minuciosamente los instrumentos de objetivación que se usan para recoger una información fiable y verificable, en el caso de la educación o de la pedagogía, me parece más congruente para el tema de estudio caracterizar no al objeto de estudio sino al estudioso u observador, que es ante todo un viajero, como Marco Polo o Ulises y no un conquistador como el Khan o un descubridor como Colón de tierras inexploradas. Pues hablamos de lo que todo el mundo conoce y ha visto ya, sólo que lo haremos con ojos de extrañeza. 

La idea de extrañeza tiene que ver con una manera de mirar las cosas. Para que las cosas, sobre todo esas que vemos todos los días, nos digan todo lo que nos tienen que decir es necesario que las veamos como extrañas. "Para que algo se nos convierta en tema de conocimiento es preciso que antes se nos vuelva problema, y para que esto acontezca es, a su vez, menester que lo extrañemos”, decía Ortega. Un ejemplo interesante es esa especie de antropología al revés que practica Erich Sherman en un libro lleno de sugerentes reflexiones, Los papalagi, a través de los ojos y las palabras de Tuaiavii de Tiavea, un jefe indígena samoano que describe nuestra “tribu occidental europea”, a la que observa de manera sobria e imparcial y describe con enorme sencillez y sabiduría. Su extrañeza ante lo que observa nos dice mucho más que el más exhaustivo de los estudios antropológicos propiamente dichos. 

Con esta mirada de “antropólogo ingenuo”, con esa premeditada segunda inocencia que da en no creer en nada, vamos a observar y describir la Escuela, entendida —siempre que esta palabra la escribamos así, con mayúscula—como la institución de enseñanza en general, en todos sus niveles, como ya se ha dicho. El doble juego de la premeditación y la ingenuidad nos será doblemente útil como ejercicio de reflexión sobre lo obvio, lo habitual, lo cotidiano. Ejercicio además de saludable urgente, por cuanto lo obvio y lo cotidiano se olvida hoy, sepultado como está por la chatarrería que genera un sistema que —son los signos de los tiempos— centra toda su actividad y concentra toda su energía en la reproducción de vistosos envoltorios llenos de colorines y frases hiperbólicas que cada día es preciso arrojar a la basura, muchas veces con su contenido, pues suelen caducar antes de abrirlos siquiera.

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