LXV
Educación y reduccionismo cientifista (3)
Cuando Machado, por boca de su apócrifo Juan de Mairena, dice que lo específicamente humano es que el hombre quiere ser otro -y de ahí su defensa de lo apócrifo-, lo que afirma y defiende es que está en la esencia del ser humano querer ser mejor de lo que se es por nuestros condicionamientos fácticos, tanto biológicos, como sociales e históricos. Y es la educación el factor principal que nos permite elevarnos por encima de esos condicionantes.
Una concepción del ser humano, derivada de estas posturas reduccionistas, invalida de antemano y de forma radical la propuesta pedagógica de una educación humanística. En realidad, “educación humanística” es un pleonasmo: sólo un ser humano educa y es educable. Pero es cierto que podemos hacerlo de manera torcida y educar al hombre para ser menos que hombre. Si el hombre no puede ser más de lo que le toca en suerte en el terreno azaroso de los hechos, es decir, por nacimiento, raza, sexo, territorio o clase social, ¿qué sentido tiene la educación? Y si quienes son partidarios del reduccionismo consideran que de todos modos hay que educar a los niños y a los jóvenes, no será de ningún modo en los términos que aquí la planteamos. La educación se reduciría, según el “nada más que”, a ser una especie de entrenamiento del animal depredador para que rinda al máximo para su propio beneficio y, sobre todo, reporte los máximos beneficios a quienes dirigen la manada. Así es como de hecho está ocurriendo ya sin que nos demos cuenta, y así se presupone que debe ser en las propuestas que provienen del mundo del poder político, de la economía y de los medios de información y propaganda, potenciados por la técnica -es decir, de la Máquina-, tanto si se declaran explícitamente, como si se disimulan bajo las prédicas ideológicas en los nuevos púlpitos del “haz lo que digo pero no lo que hago”.
Para esta clase de educación, si se puede llamar así, no es necesario contar con que el hombre tenga libertad, ni autonomía, ni conciencia, ni responsabilidad a la hora de construir un mundo mejor -dentro y fuera de sí mismo, “lo de dentro es lo de fuera”-, del que le ha tocado al nacer. Bastará con que sepa manejarse con las herramientas técnicas, verdaderas prolongaciones de sus garras, que se les facilitan desde los centros de poder. De este modo vemos como se está consumando cada vez más la degradación del logos, de la razón apalabrada y empalabrada, de la razón en el sentido en que se ha entendido en nuestra tradición cultural, empezando por los griegos, siguiendo por los cristianos y más recientemente por la ilustración; una razón que se ha pervertido en Razón Instrumental -como ya denunciaran Horkheimer y Adorno en su Dialéctica de la Ilustración- al servicio, no sólo de la explotación de la Naturaleza, del predio planetario, sino de la explotación del hombre por el hombre, la explotación del hombre como caza y ganado del hombre.
Toda formación de lo humano debe basarse no en el que el hombre es “nada más que”, sino que puede ser “más que”. El hombre no es “nada más que” un patito feo, sino un cisne que necesita crecer y desarrollarse. El hombre es un bípedo implume que aspira a volar. Más que su genética y su cerebro biológico, más que mujer y más que hombre, más que catalán y más que extremeño, más que negro y más que blanco, más que de izquierdas y más que de derechas, más que proletario y más que burgués, más que lo que dicta su clan o lo que dicta su club, más que su empleo, sus títulos y su sueldo... Pues si el hombre no se esfuerza en ser mejor de lo que es, acabará siendo peor de lo que es.
Nuestra autodestrucción será inevitable si en el corazón de cada niño -que es Adán, humus, tierra fértil- no se siembra la convicción de que un mundo que sea verdadera morada humana -y no la selva de tántalo y niobio que estamos conformando- es posible.
Las claves de este mundo, esta morada humana, y su lectura y comprensión por parte de quienes se educan, están recogidas en los textos fundamentales de nuestra tradición y en aquellos otros que hoy como ayer conectan con la sabiduría primordial que todo ser humano lleva en sí como potencial propio, en la apertura de su conciencia a los principios éticos permanentes y al cumplimiento y sentido de su vida.
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