5/5/14

XLV.- NO VEMOS EL MUNDO, LO LEEMOS (1)



 No vemos el mundo, lo leemos (1) 

Nuestra cultura es un edificio monumental de textos
(YURI LOTMAN)


Nuestra cultura es un edificio monumental de textos. De toda índole: libros, catedrales, periódicos, series televisivas, estadios, anuncios publicitarios, estatuas, oraciones, pinturas, piezas musicales, jaculatorias, fórmulas matemáticas, sermones, mítines, manifiestos, noticias… Incluso lo que todavía no ha llegado a ser texto y emerge sin soporte en el instante efímero, es leído a través de los textos que retiene nuestra retina, resuenan en nuestros oídos, se acumulan en nuestra memoria. 
Los textos se articulan como partes, componentes y materia de un edificio que es nuestra morada. Que es un edificio quiere decir que se ha construido, se ha edificado sobre unos planos, unos cimientos. En nuestra cultura, esos planos, esos cimientos, provienen de materiales mezclados que son judíos, griegos y cristianos. Palabras, escritos, libros -biblia-. Nosotros somos - como dijo Montaigne- “intérpretes de la interpretaciones”. Oteamos el horizonte histórico -como dijo otro sabio- como enanos a hombros de gigantes. 
El edificio es un monumento. Y un monumento se erige para la rememoración y la conmemoración. La lectura y relectura de los textos son el rito y la liturgia que vivifican nuestra memoria, que mantienen vivo y funcional el edificio. Mal hacen los moradores que quieren tenerlo todo siempre manga por hombro, en estos días de permanentes novedades que se consumen en una cada vez más rápida obsolescencia. Vivimos en la “sociedad del tírese después de usado”, como dijo Alvin Toffler, y no me refiero sólo a los objetos. 
Lotman dice “nuestra cultura”. Hay otras culturas, pero la nuestra es la nuestra; y es escrita, está basada sobre todo en los libros. Que los libros se lean en papel o en pantalla, es lo de menos. Se leen; hay que leerlos y hay que saber leerlos para leer el mundo. 
El siguiente texto de Calvino, de sus Ciudades invisibles, expresa de manera magistral esta idea: no vemos el mundo, lo leemos. 

TAMARA
"[...] Finalmente el viaje conduce a la ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por calles llenas de enseñas que sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la taberna, la alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista. Estatuas y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo - quién sabe qué - tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras señales indican lo que está prohibido en un lugar - entrar en el callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco, pescar con caña desde el puente - y lo que es lícito - dar de beber a las cebras, jugar a las bochas, quemar los cadáveres de los parientes - . Desde las puertas de los templos se ven las estatuas de los dioses representados cada uno con sus atributos: la cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede reconocerlos y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad bastan para indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de moneda, la escuela pitagórica, el burdel. Incluso las mercancías que los comerciantes exhiben en los mostradores valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda bordada para la frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado poder, los volúmenes de Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no haces sino registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas sus partes. 

Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido. Fuera se extiende la tierra vacía hasta el horizonte, se abre el cielo donde corren las nubes. En la forma que el azar y el viento dan a las nubes el hombre se empeña en reconocer figuras: un velero, una mano, un elefante... 

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