REEDUCAR LA MIRADA LECTORA (2)
Nuestra cultura es un edificio monumental de textos.
(YURI LOTMAN)
“Nuestra cultura es un edificio monumental de textos”, dice Yuri Lotman. Un monumento que se hace piedra viva en la conmemoración y rememoración que supone el ritual de la lectura.
Tanto la conmemoración como la rememoración constituyen una especie de re-conocimiento. Algo que ya se conocía, porque el que lo ha escrito lo conocía y el que lo lee también lo conocía a su manera, lo intuía desde sus preguntas existenciales, es re-conocido, se muestra en el encuentro que es la lectura. Podríamos decir, sin temor a exagerar demasiado, que es revelado: se le quita el velo, quizá anudándole otro velo y tirando de él.
Conmemoración y rememoración actualizan, en su representación litúrgica, el sentido inagotable de representarse el mundo. Esta actualización es apropiación personal, aunque sea compartida, en la que interviene en primer término el filtro de nuestros prejuicios, de los que no podemos prescindir, pues a través de ellos se efectúa siempre la selección de aquello de lo que queremos apropiarnos. Una selección que no es sólo sobre los textos que elegimos para leer, sino sobre todo aquello que hemos decidido leer. Esta selección es, en sí misma, una operación que al tiempo que subraya, tacha; una operación de renuncia a leerlo todo, como desearíamos a veces, una decisión de eliminar o pasar por alto lo que en principio no consideramos como propio, que no estamos interesados en apropiarnos. Podemos entender, además, cómo estas selecciones vienen determinadas por el fluir, imprevisto e inconsciente casi siempre, de nuestras experiencias vitales.
Toda lectura comprensiva es, por ello, siempre parcial y provisional; pero al mismo tiempo se realiza de manera total en tanto comprensión por los efectos que tiene sobre nuestro presente y su horizonte concreto.
La apropiación personal de lo leído, su comprensión real, equivale a una tarea de traducción, en el sentido amplio de esta palabra; es decir, no reducido exclusivamente al simple traslado de un idioma a otro. Esto lo saben muy bien los mismos traductores: traducir un libro o un texto que sea algo más que información técnica o propaganda, un texto verdaderamente literario en su sentido propio y profundo, presupone una entrega total al sentido del texto, a la apropiación de ese sentido, que va más allá del significado de sus palabras, frases y subtextos, pues se trata de captar el sentido de su totalidad como obra.
La traducción, en este sentido amplio de lectura profunda y comprensiva de un texto, es interpretación del texto que se lee y relee, y viene a ser en último extremo una suerte de re-escritura. De hecho, la mejor manera de comprender un texto apropiándoselo es reescribirlo -resumirlo, glosarlo, comentarlo...- No se trata de copiar un texto, ni de manera literal ni de ninguna otra manera, plagiándolo, sino de aplicar a su lectura operaciones de selección -por eso subrayamos lo que leemos-, que supone dejar de lado aspectos del texto que no nos interesan o nos pasan desapercibidos en sus primeras lecturas. Si el texto interesa de verdad, acabamos de hecho subrayándolo todo.
Esa especie de reescritura conlleva también operaciones de reordenación, de añadidos por nuestra parte o sustituciones, exigidas por la interpretación actualizada, aquí y ahora, del texto en cuestión, según nuestro interés y saber actual, que continuamente reactivan el conocimiento de nuestra tradición, siempre resonando en todo cuanto se escribe con propiedad; o bien simplemente nuestros prejuicios, que nunca faltan. Así se reduce o amplía, desde el contexto de su producción, el alcance del texto para nosotros. Por todo ello, traducción, tradición y traición tienen un estrecho parentesco y resulta difícil leer y releer sin tomar con ello nuestro propio partido.
De todo esto se deduce en qué consiste verdaderamente la tecnología de las ciencias del espíritu, de las humanidades, en la comprensión -interpretación, traducción, apropiación, actualización...- de los textos representativos de nuestra tradición. Y esta es, por tanto, la tarea esencial e irrenunciable de toda formación humanística, que yo llamaría sencillamente “humana” para hacerla salir de sus limitaciones académicas y escolares.
De ahí la importancia fundamental de formar buenos lectores, en su sentido más profundo, de formar una especie de diaconidad de lectores que deben tomar conciencia del significado de su actuación como tales en la representación litúrgica repetida de la lectura. Se trata de algo muy serio, casi sagrado, que se ha ido degenerando en actividades triviales y banales con el tiempo, en las constantes lecturas superficiales de usar y tirar que ha introducido la mentalidad consumista no sólo en nuestra sociedad, sino también en nuestras escuelas. ¿No se ha convertido la escuela toda en un ritual sin sentido en el que cuenta sólo la cantidad -de años de escolaridad, de títulos y titulillos, de actividades, de especialistas, de recursos, de tecnología, de aditamentos y estorbos de toda clase- y los formalismos consumistas de política correcta? ¿No se confunde aquí, como en tantas otras cosas, el fin con los medios? ¿No vemos a la lectura, que es un medio -una compleja y potente herramienta y su ejercitación para conseguir otra cosa, que es la formación-, como un fin en sí misma? ¿No se ha degradado el propio ritual en rutina y leemos como nos persignamos sin ser conscientes ni estar atentos a lo que estamos haciendo? Si nuestros grandes autores levantaran la cabeza y se asomaran a las aulas y a los demás escenarios en que hoy se lee, les pasaría como al caballero músico que cuenta Don Juan Manuel en uno de sus prólogos al Libro de Patronio, que oyendo tararear a un zapatero de manera desatenta y desentonada una de sus canciones mientras trabajaba, bajó del caballo y le destrozó los zapatos que estaba haciendo. En el pleito, el caballero se defendió diciendo que él había hecho con los zapatos del zapatero lo mismo que el zapatero había hecho con su canción.
Si entendemos la lectura como la herramienta con la que el hombre se humaniza y se busca en lo mejor que en cada uno se guarda, el uso de esta herramienta tiene que realizarse de la manera sofisticada que exige toda la complejidad del espíritu humano. Y hay que saber qué leer, cómo, cuándo, por qué y para qué, dónde y con quién... Hay mil formas por las que la liturgia de la lectura se representa una y otra vez para hacerse realidad y hacer que las generaciones y los individuos se la vayan apropiando, para revitalizarla, revitalizarse a sí mismos y revitalizar la propia realidad.
Y a propósito, ¿qué dice sobre esto el informe Pisa? Nada. ¿Qué se dice en los debates que suscita en los medios el informe Pisa? Nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario