REEDUCAR LA MIRADA LECTORA (1)
Leer bien es arriesgarse mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos.
(GEORGE STEINER)
En una cultura, como la nuestra, que es fundamentalmente un “edificio monumental de textos”, como dijo Yuri Lotman, la lectura viene a ser su principal ritual de iniciación y acceso a la participación en ella como adultos responsables. Ritual es un término que tiene un doble significado, uno de ellos claramente peyorativo. La lectura puede ser, es así de hecho si lo miramos en sus aspectos consumistas y escolares o académicos, un ritual vacío, puramente formal, lleno de apariencias y actividades superficiales, que no sirve a los propósitos iniciáticos, formativos y críticos que le corresponden. Entender y aclarar esos propósitos es la primera tarea de reflexión sobre el papel de la lectura hoy en una sociedad sobreinformada e invadida por una tecnología que condiciona el papel tradicional de la escritura en papel, de los libros.
El destino de todo escrito es ser leído y releído, como el destino de una partitura musical es ser oída y escuchada. Toda buena lectura, como la interpretación de una partitura, consiste en una suerte de representación, de puesta en escena, en la que el lector es a la vez público y actor en la obra representada. Por eso un buen texto no es tanto aquel que se multiplica en una edición de muchos ejemplares como aquel que a lo largo del tiempo se repite, se representa una y otra vez como fuente de rememoración y conmemoración del edificio monumental de nuestra cultura. Esta representación, que la lectura sucesiva y la re-lectura hacen permanecer en cartel a lo largo del tiempo, pertenece a la vida, corta o larga, de los libros y es lo que convierte a algunos de ellos en clásicos.
En las campañas de promoción de la lectura se olvida distinguir entre cantidad y calidad, no se tiene en cuenta que hay libros y libros, cada uno con sus particulares exigencias. ¡Cómo comprender en un rato robado al trajín de la vida social un libro que ha tardado años en escribir un autor! Precisamente la seriedad responsable y la eficacia efectiva del ritual de lectura en nuestra tribu depende sobre todo de sus ejecutores, de la cadena viva de transmisión y revitalización de los lectores; y, por tanto, depende en gran parte de su formación como tales, a la vez abierta a todos y exigente con todos. Por eso es hoy urgente y necesaria la re-educación de la mirada lectora, pues de esa mirada depende también que se afine el oído para la música de las esferas - “Salinas, cuando suena la música extremada”- y se eduque la voz para cantarla, como solistas o en coro.
Muchas lecturas se hacen de manera superficial y mecánica, bien porque el texto leído no exige profundizar en él, bien porque un cierto automatismo adquirido por el lector le hace pasar por alto lo que lee, más preocupado en tomar que en dar en un encuentro que, como decía Quevedo, es un comercio -”ando con el comercio de difuntos y con mis ojos oigo hablar a los muertos”-. La lectura mecánica afecta también, quizá con mayor peligro, al lector experto en el oficio. Así ocurre con algunos eruditos, que leen como se lee la guía telefónica, buscando sólo el dato que les interesa; o con algunos críticos, que hacen lo propio para armar sobre la marcha sus prejuicios académicos de especialista o sus malentendidos de lector superficial que usa la lectura de un texto como pretexto para hacer el suyo; o como algunos escritores, que leen para buscarse a sí mismos, citados o reconocidos, y así muchas veces dejan, por esta ganga de la vanidad, lo que pueda haber de valor en lo que están leyendo.
Muchas veces los ojos del lector, aún del lector cualificado, pasan por encima de las palabras sin que éstas pasen a formar parte de él, sin sentirlas como suyas. A veces nuestras lecturas se parecen a esos sueños de poco antes de despertar en los que uno se ve ya fuera de la cama, se ducha, se afeita, se lava los dientes, se dispone a desayunar y... de pronto se encuentra otra vez en la cama bien arropado y cómodo y medio dormido. Una lectura de verdad tiene que servir para despertarnos de verdad y ponernos en riesgo de convivir con un mayor realismo, veracidad y autenticidad con las cosas que nos rodean.
Toda lectura de fondo, más allá de su función informativa de carácter puntual y como actividad de entretenimiento, presupone el haber ya leído y, consecuentemente, una selección ulterior de textos que piden ser leídos de nuevo. En toda lectura, pero sobre todo, en aquellas que reclaman una relectura, subyace una intencionalidad, un interés dirigido a la apropiación personal de lo leído, a su entera comprensión. Ya en un primer acercamiento, de manera intuitiva, se percibe en aquello que se lee si de verdad es algo que debe ser considerado como disponible para ser propiamente algo nuestro o hay que dejarlo pasar sin más. Se relee, pues, para comprender mejor y esa comprensión implica una especie de apropiación personal de lo leído que pasa a formar parte de nuestra memoria viva.
Lo que la lectura tiene de representación y repetición se parece a una especie de liturgia. Como en toda liturgia, la repetición es lo que hace que esté vivo o presente un texto como acontecimiento. En la participación de su representación, en su liturgia, se conserva y al mismo tiempo se actualiza o revitaliza una comunidad de sentido, una tradición. En los ojos y oídos del lector, el texto vuelve a revivir para la comunidad, como revive en la representación el texto dramático en la entrega que hace el actor a él delante del público. La liturgia de la representación no es por eso repetición mimética de los textos de origen, sino interpretación y actualización que los hace revivir en un nuevo contexto. Un contexto que no es simple decoración y tramoya, sino vivencia y experiencia que sale al encuentro del sentido originario de los textos una y otra vez. El edificio cultural cobra así presencia viva, se realiza en toda su monumentalidad, se conmemora y rememora reconstruyéndose constantemente.
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