19/4/14

XLII.- EL OCTAVO DÍA (2)

El octavo día (2)

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra 
(REFRÁN POPULAR)

La actual encrucijada histórica, en la el hombre tiene en sus manos una capacidad de destrucción y autodestrucción propia de dioses y apenas ha evolucionado su animalidad depredadora, es dramática. A primera vista no se ve la salida, por cuanto se sigue planteando en los mismos términos que han conformado siempre la condición humana y consecuentemente la historia: la acción y la voluntad no siguen dócilmente a la razón y la conciencia.  
Es lo que ya nos decía el viejo apólogo de los Upanisads, que Schopenhauer comentó hace apenas más de un siglo, el del ciego y el tullido que se encuentran en el cruce de caminos. El tullido sabe por donde tiene que ir, pero no puede andar; el ciego se mueve con músculo y prontitud, pero no ve por donde tiene que tirar. 
La transformación o metanoia implica llevar a cabo dos acciones en el orden siguiente: primero, el tullido tiene que subirse sobre los hombros del ciego, que se resistirá a llevarlo en virtud de su natural tendencia a no ver sino su propio y cómodo interés; segundo, el ciego tendrá que echar a andar con todo el peso del que ve, con toda la gravedad del saber sobre sus hombros. Se trata de tomar conciencia de lo andado; como aprendizaje, pues no se puede desandar; duro y doloroso aprendizaje, pues se trata siempre de tomar conciencia de los errores de la andadura. Todo conocimiento de sí mismo tiene como principio esta toma de conciencia y este dolor por los errores. El arrepentimiento, mejor dicho, la “metanoia”, no es un simple catálogo que se anota y se deja a un lado; implica, si es auténtico, una transformación interior. Tampoco sirve, sino para mal, volver sobre los hechos acaecidos, históricos, para ponerlos como piedras en nuestra honda y arrojarlos a los enemigos, sobre los otros, haciéndolos culpables de nuestros propios errores. 
La diferencia de cómo perciben el mundo el ciego y el tullido es la diferencia entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer. Es la diferencia entre una razón práctica atenida al deber que nos impone como carga un saber del mundo como totalidad y una razón práctica instrumental que se proyecta sobre la potencia de lo técnico y se vuelca sobre lo parcial y lo inmediato, que nos ciega en el ideal del poder hacer sin más. 
La historia es maestra de la vida en este mismo sentido que lo es nuestra memoria y en tanto se nos presenta con los hechos desnudos y descarnados de prejuicios, en tanto duro y doloroso re-conocimiento de nuestros errores. Así vamos caminando, leyendo e interpretando el mundo con más o menos acierto y actuando en consecuencia sobre él. Más ciegos que tullidos, hoy el sueño tecnológico nos impulsa a marchar adelante sin saber a dónde vamos. El depredador se impone, con su fuerza llevada a su máxima potencia efectiva, al contemplativo, con ojos más desacostumbrados a la luz que nunca. 
De este modo, se impone hoy como urgencia primera el conocimiento de la verdad sobre la acción, en un momento en que el escepticismo, el relativismo y el nihilismo obnubilan por completo nuestra mirada sobre el mundo, mientras que una voluntad ciega y desnortada está en peligro de llevarnos directamente al precipicio. 
¿Hay límites a la voluntad humana, a su acción sobre el orden natural del que también forma parte, al que ha advenido en forma tardía y se ha encontrado ya preformado? ¿Están estos límites inscritos en el orden natural que esconde su interior, su conciencia, que refleja oscuramente, como un microcosmos, el orden de todo el Universo? ¿Hasta qué punto estos límites de conciencia, de carácter no sólo moral, sino ético, son capaces de imponerse a su voluntad ciega? 
Las sofisticadas herramientas que tiene hoy el hombre en sus manos, no sólo de destrucción, sino de manipulación social y psicológica, ya han mostrado en nuestra reciente historia sus terribles consecuencias. Por otra parte, los experimentos de ingeniería genética y también social no pueden ignorar que el hombre del presente es, colectivamente, el mismo de siempre, y el que tiene la responsabilidad de gestionar al hombre del futuro, un futuro que nadie, dada la condición general del ser humano, puede garantizar. 
Con qué alegre inconsciencia venimos repitiendo, en razón de su popularidad y en razón de una interpretación acorde con la mentalidad reinante, los versos de Machado: “se hace camino al andar”. Parecen, a primera vista,  una invitación a seguir andando hacia adelante sin más, que ya se irá haciendo solo el camino. Pero si nos paramos un poco a pensar estos versos, a pensarlos dentro de la totalidad de la obra machadiana -que no tiene nada de la inconsciencia de ese juvenil progresismo que a veces presume de su magisterio-, implica dos cosas fundamentales: una, que en cada encrucijada estamos obligados a elegir; y otra, que una vez hecha la elección, el camino no tiene vuelta atrás, es irreversible -”y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”.
El homo faber, es cierto, ha progresado inventando nuevas y prodigiosas herramientas, pero, ¿puede entrar en el octavo día armado con ellas hasta los dientes sin poseer todavía la capacidad de usarlas ni siquiera a su propia conveniencia futura como especie? 
Porque en esto de la sabiduría con que el ser humano tiene que manejar sus conquistas, quizá tenga razón hoy para nosotros la visión del sabio taoísta, que nos dice, no con pesimismo, sino con profundo conocimiento de la realidad, la degeneración e involución que sufre la historia cuando el ser humano pierde el sentido de la vida y su lugar en el mundo: 
Cuando el sentido se pierde, aparecen la moral, la solidaridad y la justicia.
Cuando el saber y el ingenio prosperan, aparecen las grandes falsificaciones y mentiras.
Cuando se pierde la armonía natural de la familia, aparecen las formalidades del parentesco.
Cuando hay confusión y desaparece el orden social, surgen los vasallos como soldados fieles. 
En esta encrucijada, sólo la propia experiencia y la atenta e imparcial lectura de la historia humana, por las que, por un lado vemos como el hombre tropieza una y otra vez en la misma piedra, y por otro, como las enseñanzas que los sabios de todas las épocas, sean científicos, filósofos o religiosos, han sacado de su experiencia para nuestro propio autoconocimiento y escarmiento, son siempre, si las tomamos en serio, si no la garantía de nuestro futuro, pues nuestra libertad y nuestra responsabilidad no siempre van juntas, sí al menos una fuente fidedigna de advertencia y orientación. 

Siempre queda un remanente de luz en el paisaje. Y por eso, si el tullido que ve se subiera a hombros del ciego que camina, podríamos ver por donde hay que seguir la marcha   hacia adelante y emprenderla con más confianza en nosotros mismos. Aunque sea de noche.

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