3/2/14

XIII EL CAMBIO




Por el cambio 
(Eslogan de las campañas electores de Felipe González (1982), Mariano Rajoy (2011) y Fraçoise Hollande (2012), respectivamente)


Eso no cabe en la cabeza, solemos decir en expresión repetida para señalar algo inconcebible, que se sale del ámbito del sentido común compartido, que choca con una acostumbrada manera de pensar. Si mi abuelo levantara la cabeza…, decimos también en otra expresión de parecido significado. Pues bien: los de mi generación hemos resultado ser nuestros propios abuelos que han/hemos levantado la cabeza en un lugar y un tiempo de cambios que no sé hasta qué punto caben todavía en nuestras cabezas. 
Unas cabezas, por lo menos la mía, poco formadas y bastante desamuebladas, por cierto; y unos cambios que son a un tiempo veloces y voraces y a la vez se muestran lentos en su adaptación a una crisis mundial sin precedentes. Vivimos hoy tan en el tiempo y sucesivamente, que ha pasado un minuto y ya somos otra persona que desea otra cosa nueva y piensa de distinta manera. “Por el cambio”, dice la izquierda, y triunfa; “por el cambio”, dice la derecha, y también triunfa, entre españoles, gabachos y en todo el mundo.
No sé si las generaciones que han ido tomando el relevo hoy tienen sus cabezas más amuebladas y mejor formadas que las nuestras; eso pensaba yo con respecto a mis padres y abuelos, y ahora uno se da cuenta de que no era exactamente como yo pensaba. “Algunas épocas son templadas y complacientes, y entonces nuestra misión consiste en adormecerlas más aún. Otras épocas, como la actual, son desequilibradas e inclinadas a dividirse en facciones y nuestra tarea es inflamarlas”, aconseja el viejo diablo Escrutopo
 a su joven sobrino. Se trata de explotar “el Horror a lo Mismo de Siempre”, una de las pasiones humanas que más y mejores servicios presta a Ahriman. 
Hay también –ahora menos- quien se niega a cualquier cambio. Unos y otros olvidan que la vida no consiste en estar siempre quieta o en estar siempre cambiando, sino en puro ritmo, danza y música: el arte de combinar los sonidos con el tiempo. Y con el silencio, que ni pasa ni se estanca. Véanse si no las estaciones, las de Vivaldi y las del año: cada primavera es más de lo mismo; cada primavera es una sorprendente novedad. 
Considero que en el momento de confusión y cambios frenéticos en que vivimos son necesarias dos cosas: una, saber bailar al tiempo: dos pasos delante, uno atrás y vuelta; y otra, adquirir un compromiso personal tanto en nuestras acciones públicas como privadas, tanto profesionales como de cualquier índole, para que el baile sea de verdad, con todo el cuerpo. 
Ya sé que esto de “detenerse” suena muy mal en un mundo cuya principal creencia, en un sentido casi religioso del término, es el progreso continuo. Pero entiendo que los cambios, que tanto reclamaba uno cuando era joven e indocumentado, han adquirido hoy un carácter bastante irracional, mecánico y suicida; que se han constituido en un mito que forma parte de nuestra mentalidad común, del condicionamiento acrítico y dogmático de una sociedad en la que el discurso imperante es el de la propaganda. ¿Somos realmente conscientes hacia donde nos precipitamos al tiempo que cada procura salvaguardar sus viejos intereses?
El compromiso personal viene exigido por la situación general de descomposición y falta de sentido a la que no tanto el progreso como el mito del progresismo nos ha conducido. Porque el mercado no es sólo el conjunto de transacciones del negocio mercantil y especulativo, sino una lectura del mundo que se ha impuesto en todos los campos: económico, político, social, familiar, educativo… El mundo se ve como un mercado de transacciones en el que cada cual intenta sacar la máxima ganancia con el mínimo de riesgo. Esta visión afecta tanto a las corporaciones mercantiles como a las instituciones políticas y culturales; y afecta también a cada uno de nosotros individualmente. Nuestro interior bulle continuamente como si fuera el edificio de la bolsa y cada momento nos ofrece en forma de deseos configurados por una poderosa propaganda un cúmulo de opciones por las que hay que apostar. 
¿Puede alguien creer todavía que la necesidad de cambio, que es real, se colma con un simple cambio de marca, de ley o de gobierno? 

El mobiliario que empezaba a ocupar nuestras mentes jóvenes era, ya en el inicio de los cambios, un mobiliario obsoleto para las necesidades futuras de un nuevo edificio cultural. También nos hemos dado cuenta de que no se trata de tener las cabezas más llenas de información al día; pues hay cosas que sólo se aprenden con la experiencia y el estudio, y además, la información se ha multiplicado de tal modo que provoca una tremenda desinformación. Lo que ahora nos planteamos es hasta qué punto las ideas que una generación recibe de otra son lo suficientemente flexibles, profundas y abiertas para que el contacto con la realidad se convierta efectivamente en experiencia. Como podemos recuperar de nuevo un verdadero ritmo humano que no sea ni el paso de la oca, ni la algarada o la estampida.  

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