EL TREN DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
¡Más madera, es la guerra!
(GROUCHO MARX)
Acabo de publicar un libro en el que hablo de la educación y las nuevas tecnologías. Lo he titulado “Loa a la vieja pizarra” y en él -sin ninguna nostalgia trasnochada a pesar del título- trato de reflexionar sobre la relación entre una y las otras. Lo que escribo en este post es algo que me ha venido a la mente después de terminado el libro (*).
Las TIC no han venido poco a poco y en paz, sino como una auténtica invasión, masiva, precipitada y amenazante ante la cual unos se suman con entusiasta recibimiento y otros con recelo y resistencia, como suele ocurrir en todas las invasiones.
Los primeros suelen exigir una adhesión pronta, incondicional e inquebrantable bajo la velada amenaza de que uno corre el riesgo de perder un tren que nos llevará a un futuro feliz. El simple anuncio de esta adhesión bajo amenaza puede producir -está produciendo de hecho- una estampida, como el grito de “!fuego¡” o el anuncio de las rebajas de Enero.
Esta clase de amenazas vienen de hace algún tiempo, referidas antes al desarrollo industrial y al progreso técnico y económico en sus primeros augurios. También desde el principio se recurría a su refutación: recordemos la genialidad de Charles Chaplin en Tiempos modernos o la famosa frase de la película Los hermanos Marx en el Oeste, “¡Más madera, es la guerra!”, que, por cierto, no parece que lo dijera Groucho Marx, sino Miguel Mihura, responsable de la traducción para el doblaje en español. Ya sé que esta escena tiene diversas interpretaciones y hay quien piensa que lo importante es que el tren llegue a su destino, aunque sea desmantelado y con los viajeros a la intemperie. Lo que pasa es que hoy no están claros los siguientes puntos: a) si el tren llegará efectivamente a donde tiene que llegar, b) si lo hará con los pasajeros sanos y salvos; c) si todos los viajeros van efectivamente al mismo sitio; y d) lo más importante, ¿sabemos realmente a dónde se dirige el tren?
Otra metáfora amenazante que suelen usar quienes se adhieren a los invasores es la de quedarse sin entradas para ver la corrida. Sobre esto hay que decir que la metáfora no parece distinguir entre los espectadores de la corrida y la participación en ella, como torero, toro, banderillero o picador. Entiendo, si no es mucho entender, que no se pretende en absoluto que las TIC contribuyan a una especie de darwinismo social por el que una mayoría de ciudadanos queden relegados al papel de espectadores. Si hemos de ser todos toreros, ya que la red está abierta a la participación democrática, debemos tener en cuenta al toro. La faena puede salir bien o mal según la suerte del toro, no depende sólo de la muleta y la capa, la habilidad del torero o la vistosidad del traje de luces. Todos sabemos que Curro Romero ha sido un gran maestro, pero al que no le importaba hacer una mala faena si el toro no salía como Dios manda. Alguien le preguntó lo que sentía esas tardes en que la plaza se venía abajo de pitos y abucheos. Y el maestro contestó: “Me guztaría vorverme invizible”. El problema es que si un torero quiere ser famoso, tiene que estar en los carteles que anuncian la corrida, creando expectación, y no puede, cuando la suerte no viene de cara, “vorverze invizible” en medio de la faena. El cartel tiene sus exigencias.
¿A dónde queremos ir a parar con todo esto? Pues que hoy, gracias a la TIC, todos estamos adquiriendo, nos demos cuenta o no, una patente visibilidad, quizá excesiva. Y esto no sólo aumenta los peligros, sino que multiplica exponencialmente la necedad humana. Esto no es un problema de las máquinas concretas en que se materializan las tic, sino de las funciones, la organización y los objetivos que informan las instituciones sociales, políticas y económicas que las usan -especialmente las instituciones educativas- y, lógicamente, de los usuarios. ¿Está un niño preparado para usar una pistola por buena que sea la pistola y por habilidoso que sea el niño en manejarla y disparar con puntería? Es en la instituciones educativas, desde la escuela primaria a la universidad, donde el afán de visibilidad hace estragos con sus prisas y su afán de productividad visible, cuantificable y noticiable. En red, si uno se deja atrapar por ella y va de nudo en nudo por la tela de araña, acaba siempre en la pornografía, que hace también visible una de esas cuantas cosas que pertenecen a nuestra intimidad, que el pudor preserva porque sabemos en conciencia que de ello depende nuestra dignidad humana. Este es el núcleo de la dinámica de la red, la araña que espera agazapada en cualquier punto conectado a todos los demás, pues toda visibilidad tiende, en su constitutivo horizonte de insaciable mostrarse a la curiosidad, a su esencia pornográfica y devoradora. Es una lástima que algunos -que los hay- consideren que todo deba ser mostrado por grosero e insultante que sea y consideren toda visibilidad como la expresión de una sociedad madura y democrática.
Otra imagen que se usa para explicar la situación de ruptura que supone en nuestra cultura la invasión imprevista y masiva de las nuevas tecnologías es la de un barco que parte casi sin previo aviso del muelle en que nos encontramos y que invita a dar un salto precipitado a la cubierta del mismo, si no se quiere correr el riesgo de, por cobardía, descuido o ignorancia, quedarse en tierra. La imagen es muy sugestiva y pone muy en evidencia el meollo del problema, ante el que hay que hacerse ciertas preguntas. ¿Qué pasa, por ejemplo, con los que pierden el barco y se quedan atrás, en el muelle, viendo como el futuro se les escapa? ¿Qué culpa tienen ellos de su ignorancia o su cobardía? ¿No exige esta situación una nueva especie de solidaridad que evite los riegos de nuevas formas de desigualdad y deshumanización?
A mí esto me preocupa, quizá porque formo parte de la tropa de cobardes, perezosos o ignorantes que se quedan en tierra. Pero me preocupa también desde una perspectiva menos personal: porque pienso en la posibilidad de que se queden en tierra no sólo los ignorantes, los cobardes o los perezosos, sino también los tímidos y los prudentes, que se inhiben ante las prisas y las adhesiones multitudinarias que suscitan los prodigiosos aparatos técnicos que nos invaden, ante la hybris que siempre acecha al triunfo humano. Puede que se olviden también los botes salvavidas que toda aventura marítima, por autosuficiente y poderoso que se crea el nuevo barco, debe llevar consigo -no olvidemos al Titanic-. ¿No pudiera ocurrir -ya ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia humana- que acechen ocultos icebergs o tormentas y maremotos ante los cuales el barco, último grito de la tecnología, no tenga respuestas adecuadas? ¿Acaso no vemos cómo la naturaleza maltrata una y otra vez a la pobre raza humana a pesar de los artilugios con que ha ido dotándose para defenderse de sus ataques imprevistos? Quizá, los alegres tripulantes, en los momentos de apuro, echen de menos los botes salvavidas. Y quizá también pueda ocurrir que ya en alta mar, pasada la primera euforia del embarque hacia la aventura, caigan en la cuenta de que no saben en realidad a dónde se dirigen.
Y aquí viene a cuento lo que dijo Max Scheler, que el navegante que zarpa y se adentra en mar abierto, siempre echa la vista atrás y mira al faro del puerto del que ha salido. En principio, la dirección que ha tomado el barco parece opuesta a la del faro, pero es la mirada atrás la que le indica si lleva o no el rumbo correcto.
Siempre hay que mirar dónde están los demás, dónde se han quedado, pues sin estas referencias no podremos saber con certeza si hemos tomado el rumbo adecuado o no. En esta encrucijada histórica, no podemos permitirnos el lujo de prescindir de nadie, por razones de interés general. Pues en el momento de las incertidumbres en alta mar, ¿cómo recurrir a los puentes que no se han podido construir por las prisas del viaje? ¿Quién les dice a los eufóricos tripulantes que hay que regresar de nuevo a tierra a por los atrasados? ¿Cómo admitir que entre aquellos puedan estar precisamente los que saben leer los signos de los tiempos y pueden de verdad, no sólo restablecer la orientación del rumbo del barco, sino también un mejor destino?
La invasión de las TIC, por sus propias características, suscita reacciones a favor y en contra quizá poco meditadas; pero debemos considerar que las TIC se presentan, como toda conquista humana, con sus dosis de bendición y maldición confusamente mezcladas y hay que saber acogerlas con la libertad, el sosiego y el compromiso responsables -sin ceder a las reacciones viscerales de las prisas que impiden la reflexión y la ponderación- que exigen todo progreso en favor del hombre.
La invasión de las TIC, por sus propias características, suscita reacciones a favor y en contra quizá poco meditadas; pero debemos considerar que las TIC se presentan, como toda conquista humana, con sus dosis de bendición y maldición confusamente mezcladas y hay que saber acogerlas con la libertad, el sosiego y el compromiso responsables -sin ceder a las reacciones viscerales de las prisas que impiden la reflexión y la ponderación- que exigen todo progreso en favor del hombre.
(*) Está públicado por el Instituto Mounier en la colección Sinergía de su fondo editorial, nº 49 de la serie roja. Puede pedirse en cualquier librería o directamente a www.mounier.es por el módico precio de 6 euros.